
Lavar y colgar como práctica silenciosa para el cuerpo
Los momentos que solemos pasar por alto son aquellos que pueden tener un efecto suave en el cuerpo. Lavar la ropa parece trivial, pero al hacerlo nos agachamos, estiramos los brazos y cargamos con nuestro peso. Si lo hacemos lentamente, sintiendo cada movimiento, el cuerpo empieza a responder con flexibilidad. Al tender la ropa, los brazos se estiran, los hombros se abren y la espalda se mueve. Es como un calentamiento natural, pero sin una forma específica. Y cuando percibes este proceso no como una carga, sino como un apoyo interno, empieza a ser placentero. Con el tiempo, estas acciones dejan de acumular fatiga, sino que, por el contrario, se convierten en momentos de movimiento interno que purifican tanto como el agua.